El reloj de Jaime Sobrino, ícono de la salud en el sur de Bolívar, me tocó a mí.
Pasaron 18 años para que heredara del médico, Jaime Sobrino Barva, su reloj finísimo, un Mido Original, traído de la prestigiosa casa de relojes en la ciudad de Schaeren en Biel/Bienn, Suiza. Themis Sánchez, un médico de nacionalidad peruana, quien, en su ejercicio de galeno de la Organización de Naciones Unidas, ONU, en una cumbre en Europa, fue el encargado de transportar la joya desde Ginebra, Suiza a Bogotá, Colombia, para el reconocido icono de la salud del sur de Bolívar, el medico Sobrino Barva.
En su pulso duro 33 años y, al morir el viernes 22 de septiembre del 2003, dos días después quedó parada la manecilla marcando las 10:30 de la mañana, hora de su fallecimiento, pero con fecha del día 24 de septiembre del mismo año.
Pero quien es Jaime Sobrino Barva
Un joven, enamoradizo, simpático e inteligente; que se aventuró, después que sus hermanos de nacionalidad española, por parte de padre, le pidieran que estudiará medicina en Argentina; uno de ellos, se encontraban en Venezuela y le entregó los documentos para que se fuera al extranjero hacerse profesional de la salud.
El entusiasmo de su madre, Nimia Barva de Sobrino, lo indujo a volar lejos, a salir de su pueblo casi vegetativo en esos tiempo; el pintoresco jovenzuelo, ansioso de ser un importante médico, reluciría como su reloj, en la década de los años 60; tomó una chalupa de aluminio con un motor fuera de borda; cruzó la ciénaga, a lo lejos, la nostalgia se marcaba en su rostro, al dejar atrás el viejo pueblo donde nació.
Paso por el canal que lo conectaría con el río que lleva el nombre del municipio más antiguo del sur de Bolívar, para luego tomar la vertiente del camino de antaño, el río grande de la Magdalena, donde duró una eternidad entre brisa, gotas de agua y el chillido del motor Chrysler de 30 caballo de fuerza, que atracó con dificultad en el puerto de Gamarra, Cesar, donde tomaría el tren de “Palito” que lo llevaría a la capital, Bogotá.
Las horas eran tan lentas que parecía una eternidad de un viaje que no terminaba; Jaime Sobrino Barva, luego tomó un vehículo que lo llevaría al valle del Cauca, para pasar la frontera de Colombia y Ecuador; sus papeles en orden; en un atardecer, donde las luces parecían bolitas de navidad, llegó con ansia, al puerto de Guayaquil, Ecuador, donde lo esperaba un barco carguero que recorrería lentamente el océano Pacifico.
El frío tullía sus huesos y con las manos entrecruzadas, la llevaba a su boca para calentar con el aire caliente que salían cada vez que inhalaba el oxígeno de sus pulmones. A eso de las cinco de la mañana ve a lo lejos el puerto de Antofagasta, que lo esperaba y le auguraba un futuro promisorio; ésta ciudad situada al norte de la República de Chile, a mil 361 kilómetros de Santiago la capital; él aborda el ferrocarril en el conector ferroviaria que lo llevaría a la ciudad de Buenos Aires, Argentina. era otro mundo, con un dialecto diferente, una comida extraña y todos se vestían con gabardinas negras que parecían vestidos; muy rápido se adaptaría, pero eso sí… con todos sus documentos al día, que llevaba debajo del hombro a cada oficina que visitaba para iniciar estudios de medicina en la Universidad Nacional de Buenos Aires.
Contarle lo que este travieso joven hacía cuando recorría las calles de Buenos Aires, no terminaría hoy, me tocaría escribir un libro, ya que su forma de hablar atrapaba el encanto de esas doncellas monas, de ojos azules, que parecían señoritas de talla italiana y no mujeres de América Latina.
Se enamoró de Gloria Achille Rabellino, una argentina a quien después de consagrase como uno de los mejores médicos de la costa caribe, se la trajo a su tierra natal. Le prestó el servicio de agradecimiento a su pueblo. Jaime Sobrino Barva, NO solamente fundó el Hospital, sino que fue su primer gerente; donde dotó de camas y de elementos de la medicina de esa época; pero lo que mi mente no borra, fue la construcción de la sala de pediatría, llena de juguetes para los niños y niñas enfermos del sur de Bolívar; a los pocos años nació de su matrimonio en la ciudad de Bucaramanga, Stella Maris Sobrino Achille, nombre que tomó de la virgen protectora de los marinos, la estrella del mar.
Jaime Sobrino, Barva, era un hombre tan importante e impactante, que todo el mundo tenía que ver con él, y el deseo de campesinos y paisanos era ser compadre del médico del pueblo; tanto que Horacio Pascual, su hermano y compadre con su esposa Ángela Alvarado, le bautizo su hijo Eduardo y a Eugenio Mendoza y Nelly Torres, le bautizó a Emel; no podía faltar el cacique, Milciades Torres con Miryan Ruiz le bautizó a David Torres, este bautizo fue completo, coloco como madrina a Gloria Achille Rabellino, ya que David se convirtió en su hijo varón, que anhelo tener.
Pero como era un enamoradizo, le pedía a Giño Chávez, el hombre que vigilaba el sanatorio; convirtiéndose en cómplice de sus pasiones. Eugino lo llamaba en las horas de la madrugada para que atendiera un herido con arma blanca; solo pretexto para verse en las madrugadas a escondida con Isolina Mejía, con quien tuvo dos hermosas niñas; Mirtha y Leticia; cada una de ellas con un base del origen de su nombre.
El reloj para llegar a mi pulso, paso de Bogotá a Buenos Aires, luego arribó a Orlando, Florida; para luego después de 18 años retornar a Bogotá, Aguachica y hoy reposa con seguridad en el municipio de Simití, Bolívar, donde será lucido y heredado para mis futuras generaciones, siguiendo la legendaria historia del hombre más feliz, más humilde y más importante de Simití, Bolívar, el medico Jaime Sobrino Barva.