Cocinas para la Paz: cocina local y saberes ancestrales que cuidan el futuro de la alimentación
Cocinas para la Paz visibiliza cómo los alimentos cultivados localmente y las recetas tradicionales no solo nutren el cuerpo, sino que también preservan la identidad de los pueblos y fortalecen sus economías en Amazonas, Atlántico, Bolívar, Boyacá, Córdoba, Cundinamarca, La Guajira, San Andrés y Providencia, Santander y Sucre.
De acuerdo con la FAO, solo 150 plantas de cultivo -de las más de 20 mil plantas comestibles identificadas- contribuyen con el 90 % de la ingesta de energía de la humanidad.
Desde 2016, la ONU declaró el 18 de junio como el Día de la Gastronomía Sostenible con el propósito de fomentar hábitos alimentarios responsables, proteger el medioambiente y garantizar dietas saludables y accesibles para todas las personas.
En el marco del Día de la Gastronomía Sostenible, Cocinas para la Paz, programa del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, con el acompañamiento de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), se une a la conmemoración de esta fecha clave para sensibilizar a la ciudadanía sobre la importancia de transformar nuestros sistemas alimentarios a partir de los saberes tradicionales, los productos locales y las prácticas culinarias que respetan la tierra y sus ciclos.
Desde su declaración en 2016 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 18 de junio es una oportunidad para reconocer que la gastronomía es mucho más que el arte de preparar alimentos: es una expresión viva de la cultura, una forma de resistencia, una herramienta de educación y, sobre todo, un puente entre la salud de las personas y la salud del planeta.
A través de talleres comunitarios, encuentros de saberes y acciones de comunicación popular en 23 municipios de 10 departamentos del país, Cocinas para la Paz impulsa el consumo consciente, la soberanía alimentaria y la valoración de las tradiciones culinarias que han sido transmitidas de generación en generación y que hoy, gracias al trabajo de cocineras tradicionales, sabedoras, agricultores y pescadores artesanales, se convierten en pilares para la construcción de una paz con justicia social, cultural y ambiental.
En el programa Cocinas para la Paz, participan 1.480 personas, de las cuales 402 son hombres y 1.078 son mujeres; 350 personas se consideran campesinas, según el consolidado de los datos con corte a mayo de 2025.
Gastronomía sostenible: más que recetas, una forma de vida
Pero, ¿qué significa hablar de gastronomía sostenible? En palabras sencillas, es una forma de producir, cocinar y consumir alimentos en armonía con la naturaleza a partir de la protección y preservación de la biodiversidad, así como con la reducción del desperdicio de alimentos y la promoción del bienestar colectivo. Es una práctica que observa el origen de los ingredientes, cómo son cultivados, quiénes los producen y cómo llegan a nuestra mesa.
La gastronomía sostenible también tiene una dimensión cultural profunda: implica preservar recetas tradicionales, revalorizar ingredientes autóctonos y fortalecer los lazos comunitarios en torno a la comida. Implica preguntarse de dónde vienen nuestros alimentos, cómo fueron producidos y cuál es su impacto en el entorno.
“Para Cocinas para la Paz, esto se traduce en visibilizar las cocinas comunitarias que promuevan la agricultura campesina, los mercados locales y el conocimiento ancestral. En cada taller o encuentro se promueve una cocina que no solo alimenta el cuerpo, sino que también transmite historias, emociones, afectos y saberes”, indicó Michela Espinosa Reyes, especialista senior en alimentación y lucha contra la malnutrición de la FAO en Colombia.
En este contexto, la gastronomía sostenible aparece como una alternativa urgente y necesaria. Apostar por alimentos de temporada, producidos de manera local y con técnicas agroecológicas permite reducir la huella de carbono, fortalecer la economía de los territorios y promover dietas más saludables y equilibradas.
Además, la cocina tradicional colombiana, con su diversidad de ingredientes, técnicas y fusiones culturales, es un patrimonio vivo que ofrece múltiples respuestas a estos desafíos. Desde los guisos del Caribe hasta las sopas andinas, desde los platos amazónicos hasta los sabores del Pacífico, cada región tiene una riqueza culinaria que puede ser aliada en la defensa de la vida y el territorio.
Cocinas para la Paz: gastronomía como herramienta de transformación social
Desde su creación, Cocinas para la Paz ha trabajado con comunidades campesinas, indígenas, afrodescendientes y urbanas para posicionar la cocina como un espacio de diálogo, empoderamiento y construcción de paz. En los fogones comunitarios se encuentran las memorias de los territorios, las luchas de las mujeres, las heridas de la violencia y las semillas del cuidado.
El programa ha desarrollado una metodología participativa que articula la investigación comunitaria, la educación intercultural, la comunicación popular y la creación artística. A través de la cocina, se conversa sobre los derechos, se fortalece la identidad, se protege la biodiversidad y se crean redes de solidaridad.
En municipios como Leticia, San Pablo, Galapa, Riohacha y Puerto Nariño, las actividades de Cocinas para la Paz han permitido visibilizar el rol de las sabedoras y sabedores como guardianes del conocimiento alimentario, y han generado espacios donde niñas, niños y jóvenes aprenden a valorar la tierra, a respetar los alimentos y a reconocer su papel como actores del cambio.
Junto a los mayores, niños, niñas y adolescentes han entrado en un proceso de aprendizaje que busca recuperar la memoria desde las cocinas, desde la mesa, espacios que han sido fundamentales en la construcción de las comunidades. Este es un paso clave para que la biodiversidad que hoy vibra en cada rincón de Colombia siga viva y sea base para las futuras generaciones.
La variedad en el plato, un ingrediente infaltable para proteger el futuro de la agrobiodiversidad
De acuerdo con un grupo de investigadores del Kew Gardens (Real Jardín Botánico de Kew en Londres), de las 7.039 especies de plantas comestibles que se han identificado en el mundo, 3.805 se encuentran en Colombia. Un dato que refleja la riqueza en biodiversidad que alberga el país, y que de paso nos debe convocar a conservarla, pues solo el 5 % de estas especies se venden y se consumen.
En la misma línea, según la FAO, solo 150 plantas de cultivo contribuyen con el 90 % de la ingesta de energía de la humanidad, lo que representa que invita a repensarnos sobre el impacto que tienen las decisiones que como consumidores tomamos, pues en estas puede cambiar el curso de la historia de la biodiversidad alimentaria.
La agrobiodiversidad está en riesgo, y con ella, nuestra seguridad alimentaria. Aunque existen más de 20.000 plantas comestibles identificadas, solo unas 150 se consumen regularmente, y apenas tres cultivos —arroz, maíz y trigo— concentran cerca del 60% de las calorías de origen vegetal en todo el mundo. Esta homogeneización en la producción y el consumo de alimentos no solo nos vuelve más vulnerables ante plagas, sequías y enfermedades, sino que amenaza los conocimientos tradicionales y los ecosistemas que sostienen la vida.
En contraste, la agrobiodiversidad —la diversidad de especies y variedades agrícolas desarrolladas por generaciones de campesinos, pescadores y ganaderos— es clave para la resiliencia de los sistemas alimentarios y la salud de los suelos. Cultivar y consumir una mayor variedad de alimentos mejora la nutrición humana, protege los recursos naturales, reduce la presión sobre los ecosistemas y fortalece la cultura alimentaria local. En Colombia, con su riqueza de climas, suelos y cultivos nativos, hay un enorme potencial para promover dietas más diversas y sostenibles.
Desde nuestra cocina, también podemos hacer parte del cambio. Elegir productos locales, de temporada y menos comunes —como frutas nativas, papas criollas o legumbres tradicionales— fortalece la economía campesina, diversifica el paisaje agrícola y contribuye a conservar la agrobiodiversidad. Visitar plazas de mercado, preguntar por variedades agroecológicas y animarse a probar nuevos alimentos son acciones sencillas, pero poderosas, para cuidar el planeta desde el plato.