Mientras comparte su historia, la mirada de José Vicente Carreño Castro se ilumina al recordar su viaje, no solo como agente, sino como un hombre que ha dedicado su vida al servicio de los demás._
*Por: Emilio Gutiérrez Yance*
En una cálida tarde de octubre, el mar Caribe susurra suavemente contra las costas de Cartagena de Indias, creando una melodía nostálgica. Allí, bajo el resplandor dorado del atardecer, José Vicente Carreño, un veterano policía que incursionó en la política, se detiene un momento.
Su mirada refleja no solo la belleza del paisaje, sino también los ecos de una vida dedicada al servicio. Cada ola que rompe en la orilla parece contar historias de sacrificios y esfuerzos, un emocionante viaje a través del tiempo que lo ha llevado desde las calles de Barrancabermeja, donde nació, hasta este lugar de reencuentro con viejos compañeros. En ese instante, mientras el cielo se tiñe de anaranjado, revive las vivencias que forjaron su carácter y compromiso, donde cada recuerdo es un capítulo que merece ser compartido.
Nacido el 21 de abril de 1972 en la capital petrolera de Colombia, lleva consigo más de dos décadas de servicio en una institución que ha sido testigo de los cambios más significativos de la historia reciente de Colombia. «El reencuentro con veteranos de la policía refleja la hermandad que queda tras 20 o 30 años de servicio. Aquí somos una sola familia», dice con una voz que mezcla nostalgia y orgullo. A lo largo de su carrera, ha sido condecorado con distinciones que van desde la Medalla al Valor hasta múltiples reconocimientos por su excelencia policial.
Su trayecto no ha sido fácil. En el departamento de Arauca, enfrentó no solo la adversidad del clima y el terreno, sino también el peligro inminente de la guerrilla. «La policía ha avanzado tecnológicamente y en términos de cercanía con la comunidad», reflexiona. Sin embargo, su preocupación por la seguridad de sus compañeros persiste. «Cuidar la vida es primordial, y no debemos olvidar que nuestra misión es proteger», añade con seriedad.
Un recuerdo particular lo marca: el 13 de abril de 1998, en Puerto Rondón, donde una toma guerrillera puso a prueba su valentía. «Éramos 24 policías contra 250 guerrilleros. El combate duró 10 horas», narra, con la voz temblorosa al rememorar el caos y el peligro. Aquel día, mientras enfrentaba el fuego del enemigo, solo pensaba en su hija, Slendy Yulitza, que tenía apenas tres meses. «Ese día, mi único deseo era volver a verla», confiesa.
«Era un lunes, 13 de abril de 1992», dice, cargado de emoción y nostalgia. Aquella noche, la intuición de los agentes les alertó sobre la inminente llegada de la guerrilla; habían recibido información sobre una posible incursión y, aunque sabían que el peligro se acercaba, la realidad siempre resulta más intensa que la previsión.
Esa noche, la Estación de Policía en Puerto Rondón se convirtió en un campo de batalla. «Estábamos preparados», continúa Carreño, recordando cómo organizaron sus defensas mientras los guerrilleros se acercaban. Cuando el reloj marcó las 6:40 de la tarde, comenzó el ataque: un asalto frontal. «Los estábamos esperando», dice, destacando la valentía de sus compañeros, muchos de ellos recién llegados y sin experiencia en combate. La lucha se prolongó durante diez largas horas, una verdadera prueba de resistencia y coraje frente a un enemigo fuerte y con armamento pesado.
Recuerda que el comandante de la estación, teniente Sarmiento Molina, y otros suboficiales se mantuvieron firmes junto a él. A pesar de las adversidades, lograron abatir a 17 guerrilleros, un testimonio de su valentía y estrategia. Cuando el ejército llegó, la situación se calmó, pero no sin dejar su huella: Carreño y sus compañeros salieron heridos con balas en sus cuerpos, pero con la satisfacción de haberse defendido.
«Nosotros, los que llevábamos más tiempo, éramos los veteranos», recuerda, con un atisbo de orgullo. Esta experiencia no sólo forjó su carácter, sino que cimentó su convicción de que la lucha por la seguridad y la paz es un compromiso que trasciende el tiempo y el espacio. Para Carreño, cada cicatriz y cada recuerdo de aquel día se convirtió en un símbolo de su dedicación y sacrificio por el país.
En su cuerpo lleva tres tiros de fusil y varias esquirlas de granada, pero su espíritu indomable nunca flaquea. Carreño es más que un veterano; es un hombre de familia, criado en un hogar humilde. Tras la muerte de su padre, José, un agricultor y pescador, y de su madre, Magdalena, quien se esforzó por mantener a sus diez hijos, aprendió el valor del sacrificio. «Tuve que asumir el liderazgo de mi familia a los 14 años», relata.
A lo largo de su vida, su compromiso con la comunidad lo llevó a incursionar en la política. En 2019, fue elegido representante a la Cámara por Arauca. «Empecé mi camino político buscando hacer más por mi comunidad», afirma, convencido de que ha vivido en carne propia las necesidades de su gente.
En cada ciudad que visita, las anécdotas emergen como viejos amigos. Se emociona al recordar a los oficiales que hoy son coroneles, y especialmente el reencuentro con Henry Bello, su antiguo teniente, quien ahora es brigadier general. «Ver a esos jóvenes convertirse en líderes es una gran satisfacción», dice con una sonrisa que irradia esperanza.
Su mensaje para las nuevas generaciones es claro y directo: «La Policía Nacional es una institución grande, respetada y llena de oportunidades. Cada quien tiene la responsabilidad de ganarse la vida con dignidad».
Dedicó 23 años al servicio en el departamento de Arauca, donde su vocación se forjó en medio de retos y aprendizajes. Desde que ingresó a la Policía Nacional a los 18 años, vivió un proceso de maduración tanto personal como profesional. «La policía es una institución grande, donde me formé y crecí», dice con orgullo, recordando cómo inició su trayectoria con un simple diploma de noveno grado.
A través de los años, se convirtió en bachiller, tecnólogo y administrador de empresas, y cada uno de esos logros los atribuye a la institución que le brindó oportunidades para superarse. «La policía nos dignifica a todos», enfatiza, reconociendo que, aunque algunos eligen un camino equivocado, la gran mayoría de sus compañeros trabaja arduamente para hacer el bien.
Hoy, al mirar atrás, valora profundamente su asignación de retiro, que considera uno de los logros más significativos de su vida, justo detrás de sus cinco hijos. Para él, este reconocimiento no solo representa el cierre de una etapa, sino también el legado de un compromiso inquebrantable con la seguridad y el bienestar de la comunidad.
José Vicente Carreño Castro no es solo un símbolo de la fuerza pública colombiana; es un ejemplo de la importancia de la hermandad, el sacrificio y el respeto mutuo. Al compartir su historia, su mirada se ilumina, reflejando el viaje de un hombre que ha dedicado su vida al servicio de los demás, reafirmando su compromiso no solo con la institución, sino con un país que sigue buscando paz y unidad. En cada palabra, en cada recuerdo, queda claro: su legado trasciende el tiempo y el espacio, invitando a otros a seguir el mismo camino de entrega y valentía.
La historia de José Vicente Carreño Castro está marcada por el sacrificio y la resiliencia desde su infancia en Barrancabermeja, en el barrio popular de la invasión Antonio Nariño. Desde muy joven, su vida estuvo llena de responsabilidades que lo forjaron como líder. A los 14 años, tras la trágica muerte de su padre en un accidente de tránsito, asumió el peso de cuidar a su familia, compuesta por diez hermanos. Su madre, Magdalena, trabajaba arduamente en casas de familia para mantener a sus hijos, pero la carga era grande y él no dudó en colaborar.
«Vendía chance y helados vikingos», recuerda con nostalgia. Compraba helados y los revendía, una actividad que le permitió aportar al hogar y aprender el valor del esfuerzo. Además, trabajó en una tienda local, donde conoció a Don Manuel, quien se convirtió en un mentor en sus primeros años de trabajo. La vida en Barrancabermeja no era fácil, pero su determinación brillaba incluso en las circunstancias más adversas.
A los 25 años, cuando ya había comenzado su carrera en la Policía Nacional, la vida le dio otro golpe con la muerte de su madre. Sin embargo, su vocación de servicio lo llevó a seguir adelante, y en 1991, tras graduarse en la Escuela de Policía Rafael Reyes de Santa Rosa de Viterbo, Boyacá, se sumergió en un mundo que le prometía la oportunidad de no solo servir a su comunidad, sino también de crecer profesionalmente en una institución que él consideraba «grande y respetada».
En medio de esos años de formación y sacrificio, también enfrentó el desafío de llevarse a cinco de sus hermanos menores a Arauca, donde ya ejercía como policía. «Fue una decisión difícil, pero necesaria», dice, consciente de que la familia siempre fue su prioridad. Mientras se estrenaba la nueva constitución política de Colombia, Carreño no solo luchaba por construir un futuro para sí mismo, sino también por el bienestar de quienes dependían de él.
Cada paso de su vida, desde las calles de Barrancabermeja hasta su llegada a la Policía, refleja no sólo su compromiso con el servicio, sino también su amor y responsabilidad hacia su familia, que lo acompañan en cada recuerdo y cada decisión que ha tomado a lo largo de su camino.