Este 15 de junio Bolívar está de cumpleaños, y uno no puede pasar por alto lo que eso significa. Porque Bolívar no es solo un departamento en el mapa, no señor, Bolívar es historia viva, es tambor, es machete, es palabra, es memoria que no se rinde.
Aquí no todo nos lo dieron hecho. A Bolívar lo fuimos haciendo a pulso, pa’ que sepan… desde los pasos firmes de rebelión de Benkos Biohó en San Basilio de Palenque hasta los gritos de libertad en Mompox, cuando todavía nadie hablaba de independencia. En Bolívar se peleó, se resistió y se creyó, incluso cuando el país aún no tenía nombre.
Aunque también te digo algo: Bolívar, además de pasado, es presente y futuro. Su magia está en cada campesino que cultiva bajo el sol, en cada maestra que enseña en veredas y caseríos dispersos, en los niños que cruzan ríos pa’ estudiar, en los músicos que hacen bailar el espíritu a ritmo de cumbia, en los pescadores, en las matronas, en la fe de un pueblo que nunca se rinde. Y claro, está en Cartagena, nuestra hermosa joya que engalana y enorgullece especialmente a quienes somos hijos de este departamento.
Este es el Bolívar de Rafael Núñez, el mismo que nos dio la letra del Himno Nacional. El Bolívar de Lucho Bermúdez, quien le puso cumbia al alma del Caribe desde las entrañas de El Carmen. El Bolívar de Totó La Momposina, quien hizo que el mundo escuchara a Mompox. El Bolívar del Joe Arroyo, el centurión de la noche que convirtió a Cartagena en fiesta con cada canción. El Bolívar de Berenice Moreno, que voló sobre ruedas llevando nuestra bandera a lo más alto. Y claro, el Bolívar de Kid Pambelé, que hizo vibrar al mundo desde San Basilio. El Bolívar de las mujeres que crían
familias solas, de los jóvenes que no se rinden, de los líderes sociales que trabajan en silencio. El Bolívar de todos nosotros.
Y es que Bolívar no se vive solo en sus ciudades, se respira en cada rincón: en el zumbido cálido del bosque seco tropical que envuelve los Montes de María, en el vapor que emana del volcán del Totumo como si la tierra aún tuviera algo que decirnos, en el rumor profundo del Magdalena que acaricia Barranco de Loba, llevando siglos de historias en su corriente. Es mirar hacia el norte y encontrar el azul infinito de las playas de Barú, y al sur, los paisajes tranquilos donde las montañas indómitas dibujan el horizonte. Bolívar también es sabana, ciénaga, sierra baja. Es el canto de un
ave en la mañana en Simití y el croar de una rana al anochecer en San Martín, como recordándonos que aquí la vida no se detiene, solo cambia de ritmo.
Y qué decir de la identidad bolivarense, esa que se sirve de plato en plato: es el pescado frito con arroz de coco en Cartagena, es la arepa e’ huevo al amanecer donde Otilia en San Juan, es el queso siete cueros en Mompox y el bocachico en Magangué. Es el dulce de corozo, el suero, el bollo limpio, el casabe ancestral de los pueblos indígenas. Bolívar es lo mejor de dos mundos: mar y tierra, fuego y agua, tradición y creación. Es tambor alegre, es danza de congo, es bullerengue que atraviesa generaciones. Es muralismo en los barrios de Cartagena, es teatro callejero, es décima campesina, es graffiti con memoria. Es todo eso que no cabe en un mapa, pero sí en el corazón de quien lo vive.